Sucedió una mañana que, habiendo el buen hombre salido, y
Juanillo Scrignario, que así se llamaba el joven, habiendo entrado en su casa,
y estándose con Peronella, después de un rato, cuando no solía regresar en todo
el día, se volvió a casa; y al encontrar la puerta cerrada por dentro, llamó y
después de llamar comenzó a decirse: “¡Oh, Dios, seas siempre alabado, porque
aunque me has hecho pobre, al menos me has dado el consuelo de una buena y
honesta joven por esposa! Mira cómo ella ha cerrado la puerta por dentro, nada
más marcharme yo, para que nadie pueda entrar a molestarla”.
Peronella,
al oír al marido, al que reconoció por la manera de llamar, dijo:
—¡Ay, Juanillo mío, muerta soy! Ahí está mi marido, a quien Dios
confunda, que ha vuelto. No sé lo que esto querrá decir, porque nunca vuelve a
esta hora, y quizá te vio cuando entraste. Ya que, pues no tiene remedio métete
en este tonel que ves aquí, y yo iré a abrir y veremos lo que significa este
volver tan presto a casa.
Juanillo entró rápidamente
en el tonel, y Peronella, yendo a la puerta, abrió al marido y con mal gesto le
dijo:
— ¿Qué es esto de volver tan pronto a casa esta mañana? Me parece que
hoy no quieres hacer nada, porque te veo en la mano las herramientas y si así
haces, ¿de qué viviremos y cómo ganaremos el pan? ¿Crees que voy a aguantar que
me empeñes la falda y las demás ropas, mientras no hago día y noche otra cosa
que hilar, al punto de que ya se me separa la carne de las uñas, y todo para tener al menos
aceite con que encender nuestra lámpara? Marido mío, no hay vecina que no se
asombre y que no se burle de mí, por todo el trabajo que soporto; y tú me
vuelves a casa mano sobre mano, cuando tendrías que estar trabajando.
Giovanni
Boccaccio, Decamerón, Séptima Jornada. https://www.dropbox.com/s/frgzgdylsaz4k1y/Comentario%20Decamer%C3%B3n%202.doc?dl=0
No hay comentarios:
Publicar un comentario